Sanación emocional con hipnosis QHHT: el corazón atravesado (caso real)
El corazón atravesado: cuando la imagen duele… y sana
Cerró los ojos. A los pocos segundos, su respiración se hizo más lenta, más profunda. Y entonces lo vio.
—Es un corazón. Está fuera de mi cuerpo… y tiene un puñal clavado 🗡️💔
La escena apareció con una nitidez total. No era una metáfora mental, ni un símbolo suave. Era real. Un corazón sangrante, con una herida profunda, sostenido en el aire frente a ella.
—Uf, me duele… me está mareando. No me gusta nada.
Su cuerpo comenzó a responder. Se llevaba la mano al pecho. No era solo una imagen. Era una sensación física, intensa y presente, que le llevó a conectar con su dolor.
—Me duele el corazón. Literalmente lo noto. Está agrietado. Está saliendo… como si quisiera irse de mi pecho.
No tardó en comprender de dónde venía ese dolor.
—Es por una traición. Una gran traición. Lo sé. Es él. Nacho. Él es el puñal.
Y entonces, lo que empezó como una visión se convirtió en un proceso de revelación emocional. Duele, pero también libera.
Un relato del alma
En medio del impacto de esa imagen, ella no podía —o no quería— sacar el puñal. Le producía rechazo, grima, algo muy profundo. No quería tocarlo.
—Si alguien me lo pudiera sacar… yo no lo quiero aquí dentro.
Entonces, como si la escena tuviera su propia inteligencia, apareció su abuela. No como un recuerdo, sino como presencia viva. Se acercó en silencio. Extendió sus manos llenas de luz. Con ternura, comenzó a retirar el puñal. No dolía. Era como si la luz lo envolviera y neutralizara su filo.
—Está sacándolo… y caen gotas. Gotas de luz que están sanando mi corazón.
Y entonces, otra figura hizo su entrada: un ave fénix. Majestuosa, roja, conocida. No era la primera vez que la veía. Esta vez, el ave estaba llorando. Sus lágrimas caían sobre la herida abierta, y cauterizaban sin quemar. Eran lágrimas de fuego suave, de transformación.
“Es la misma ave que pinté hace semanas”, dijo después. “Y ese cuadro se llama ‘Resiliencia’.”🎨
Cuando el símbolo atraviesa el cuerpo
Tras ese momento, su corazón cambió de color. El rojo del dolor se fue tornando naranja. Su color. Su energía. Su esencia.
Y lo sintió: su corazón empezaba a expandirse. No como emoción simbólica, sino como sensación física literal. Se le salía del pecho. Latiendo con calma. Con presencia. Con vida.
—Está más grande… late tranquilo. Pero ocupa más espacio. Es como si necesitara ser visto.
La abuela se despidió en silencio. El ave permaneció ahí, observando. No hablaba, pero la miraba intensamente, como si supiera que la parte más importante aún no había terminado.
Ella, mientras tanto, se rendía a esa expansión. El cuerpo seguía reaccionando. Brazos que se elevaban solos. Piernas que desaparecían. Una sensación de estar fundida con algo más grande.
—Esto ya lo conozco. Es la fuente. Estoy en la fuente.
El valor de ver lo que duele
Historias como esta nos recuerdan que el cuerpo no miente. Que lo simbólico no es algo imaginado, sino una vía directa a lo real. Cuando aparece una imagen en una sesión —una herida, un puñal, una lágrima o un ave— no es solo una metáfora. Es un mensaje vivo del subconsciente. Y, cuando lo dejamos actuar, puede sanar donde antes dolía.
Porque a veces se trata de sentir con el cuerpo, mirar con el alma y confiar en el símbolo.
Y entonces, lo que parecía un corazón roto, se convierte en un corazón más grande y más libre.
¿Has vivido algo así?
¿Alguna vez has sentido algo que no solo entendiste, sino que sentiste en tu cuerpo con toda claridad?
Las imágenes interiores no siempre son suaves. A veces duelen. Pero si se les da espacio, también saben sanar.
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Tu alma sabe el camino. Solo necesita ser escuchada.